Cuando era pequeña no me eran explicadas muchas cosas, sin embrago, de manera un tanto intuitiva y por aprendizaje vicario entendí que vivorear y ser criticona de los demás era algo improductivo, poco cortés y nada elegante. Crecí en un lugar donde muchas personas tenían defectos físicos muy notorios, poca o ninguna instrucción y ser chic no le preocupaba a nadie.
Entoces fui arrancada de ese paraíso infantil y llegué a la ciudad, a una escuela donde los niños parecían tener miles de pretextos para enfatizar la inferioridad de los otros, los tenis de moda (esos con foquitos que prendían al caminar), juguetes, mochilas con caricaturas, gomas de borrar con formas y olores de frutitas, etc.
Luego pasaron unos años más y en México sucedió el bum del periodismo de expectáculos y entonces sucedió...ser vívora pasó a ser no sólo una fea costumbre sino una habilidad muy cotizada para los programas de chismes "de las estrellas" con perdón de las cosas que brillantes que vemos en la bóveda celeste por la noche. Entiendo que la versión seria del criticismo sobre el arte y otras disciplinas puede ser una actividad creativa incluso y que ayude a algunos a buscar en otros horizontes, pero eso es distinto de regodearse en el chisme de los defectos o los errores de los demás.
En fin, yo me enfrenté como pude a las burlas por mis dientes picados, mis tennis de niño, mi mamá que a menudo era confundida con mi abuela por su edad y su joroba. Creo que es propio de los pequeños indicar y enfatizar la diferencia, hace falta, pero también pienso que hay una diferencia con hacer sentir inferior a una pequeña porque no usa ropa Barbie o a un chico de primaria porque no tiene celular.
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