martes, 19 de junio de 2012

Perfectos contrarios

Siguiendo en la línea de la entrada anterior, después de una epifanía en la cual recordé cuál es el deshecho que no emborracha (bueno, no tanto) y que no sólo disfrutamos sino que es absolutamente necesario para nuestra existencia, entendí cuál es el ejemplo paradigmático de lo que estoy tratando de exponer.

Hedwig and the angry inch, en su famosísima rola "The origin of love" ilustra de manera muy rítmica y armónica más o menos la teoría del amor de Platón, donde queda muy clara su idea de complementariedad.   Después de escuchar la versión de Tommy Gnosis uno no puede menos que estar de acuerdo en que no existe semejante cosa como el uno para el otro y esos menesteres. Hasta ahí todo normal. Pero qué pasa si saltamos la barrera del antropocentrismo y buscamos dicha complementariedad fuera de nuestra especie. Entonces sucede que unos seres empiezan a ponerse de manifiesto de muchas formas como nuestros verdaderos contrarios ontológicos.

Me refiero a los árboles, no en general a todas las plantas, sino a los árboles verdaderos, los que sobrepasan los dos metros de altura en su madurez, los treinta centímetros de diámetro, de tallo leñoso y que pueden llegar a vivir miles de años. Sí, creo que poco a poco se vuelven obvias cuáles son todas las diferencias que tenemos con ellos. Viven muchos años y nosotros pocos, están arraigados a la tierra y nosotros andamos. Sin embargo también hay un aspecto que nos une irremediablemente y es que nosotros respiramos lo que ellos exhalan y nosotros exhalamos lo que ellos respiran. Lo cual solamente significa que nuestros destinos se entrelazan y que un árbol menos es una oportunidad menos de respirar.

2 comentarios:

  1. aunque al final uno termine por joder al otro, y por lo tanto a sí mismo...

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  2. Cuando el hombre colapse, los árboles van a nacer de sus cuerpos desintegrados.

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