martes, 2 de abril de 2013

La catedral



Todo el pueblo se reunía en los mangales que están de camino al río para los festejos. Yo me movía muy despacio porque me hundía hasta las rodillas en el revestimiento de hojas acumuladas en el suelo que crujían con un sonido fresco. En un rato olvidabas que el suelo no está hecho de hojas. Los mejores soles de marzo eran incapaces de atravesar las cúpulas de los árboles porque eran tan frondosos que se encimaban unos a otros formando un solo pabellón, eso mantenía la luz en una leve penumbra que ni amanecía ni anochecía. En el aire te tropezabas a veces con el olor de la resina o la brisa del río...


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