1
Dos olores
sudorosos se tantean y se miran fijamente. No quieren dejar escapar un sólo
movimiento, ni una intención descartada. Uno es más bajo, por eso se empeña en acortar la
distancia, el otro cree que ganará pero cuando está seguro de que va a soltar
el golpe que defina la contienda retrocede para engañar y sigue fintando con
un aire de pretensión.
2
En su interior,
al fondo de un túnel palpita una maquinaria fractálica. Sus pelos erizados se abandonan a la marea
que produce la danza de los combatientes y al mismo tiempo la sostienen. Las ondas rebotan sobre la piel muy
restirada de un tambor tailandés que marca la cadencia de los peleadores vibrando síncrona al ritmo del combate.
3
Mientras bailotea uno
frente al otro, el bajito y pegajoso se estira, golpea latigueando como una
cuerda de acero en lugar de un tallo de bambú ligero y contundente. El
relámpago condensó el vacío y el otro olor espeso se siente de pronto
zambullido en agua. El éter transmuta en mármol y ¡pop! estalla el parche del
tambor, de inmediato se derrama un
fluido espeso y tibio. Un zzzzzzzzzzzz… inunda la caverna, el olor se
desequilibra, tambalea y las luces se difuminan descomponiéndose en un espectro
de colores como cuando se mira un candelero de cristal sin enfocar. Entonces
sabe que ha perdido más que la pelea.
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