sábado, 2 de marzo de 2013

LOS DONES I


A Don Tony lo conocí una vez que regresé tarde a la casa. Alcancé el último metro y no había ninguna mujer además de mi en varios vagones. Al bajar unos policías me abordaron, querían que hablara con un anciano ciego que se negaba a dejar la estación porque no les creyó que ya eran las doce de la noche y no saldría ningún otro metro hacia el norte. Por alguna razón la voz de una mujer le resultaba tranquilizadora y absolutamente confiable. No sé cómo se le ocurrió a los policías pero se vieron muy aliviados cuando empecé a hablarle al viejito flaco que caminaba apoyado de un palo con los ojos de color azul nublado. Todavía no llegábamos a los torniquetes cuando ya me estaba preguntando mi edad, si estaba casada y cuál era mi empleo, o sea, me estaba coqueteando. Unos cuantos pasos más adelante el pantalón se le empezó a caer porque se deshizo el nudo del mecate con el que se sostenían rasguñando sus caderas escuálidas. Se suponía que una patrulla lo esperaba para llevarlo a algún albergue donde pudiera pasar la noche. No lo he vuelto a ver trabajando.

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