viernes, 13 de abril de 2012

No se.

Imagínense un cerebro que no envíe señales cuando no posee datos suficientes para producir una respuesta, que no sepa qué hacer frente a un problema o a una decisión simple, bueno, eso no nos sucede a los humanos. Según entiendo nuestro cerebro tiene la costumbre de dar respuestas a como de lugar, incluso inventándolas si se necesita. Desde el momento en que percibimos estímulos, nuestro cerebro pone de su cosecha para organizarlos y que resulten comprensibles para nosotros. Utiliza experiencias previas, categorías a priori o quién sabe qué, el caso es rellenar los huecos, hacer que las cosas se parezcan más a lo conocido, responder, solucionar el problema, en fin. Seguramente sería muy peligroso para la especie quedar perplejos ante estímulos o situaciones nuevas sólo porque no se cuenta con datos para su procesamiento. Nuestro cerebro lo que no sabe, lo inventa (literalmente).

Pero en otro nivel en el que ya interviene nuestra voluntad y no estamos tan determinados por los mecanismos que la selección natural ha decidido conservar también sucede así. Cuando enfrentamos fenómenos complejos, extraños a nosotros y que nos afectan o maravillan de alguna manera, no somos capaces de decir "no se" y nos inventamos sendas explicaciones a veces fantásitcas de lo que sucede a nuestro alrededor.

Supongo que esto se relaciona de forma muy estrecha con el pensamiento mágico de nuestros antepasados y con el tiempo al pensamiento abstracto que dio paso a todas las producciones humanas que son imprescindibles hoy en día para entendernos como especie: el mito, la filosofía, la religión, la ciencia y el arte.

Imaginen a una persona expuesta todos los días al devenir, a los caprichos del universo y de la vida cotidiana como el sol, las estrellas, la lluvia, los temblores, etc. Seguramente había que darle sentido a todo eso y no se valía decir "no se". Ya no por la supervivencia de la especie, sino en beneficio de construir, conservar y transmitir algo de sentido.

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